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martes, 3 de diciembre de 2013

Disparates literarios

Haciendo limpieza en mi pendrive ("gracias a" un virus que me lo ha dejado tocado) he recuperado un documento cuya relectura me ha arrancado unas cuantas risas.

Se trata de un artículo escrito por José Martínez de Sousa y publicado en la sección Rinconete de la web del Instituto Cervantes.

Lo reproduzco a continuación para que también vosotros os riáis un rato y os propongo que en comentéis cuál es vuestro favorito o con cuál os habéis reído más:



Al escribir se pueden cometer errores que suelen denominarse lapsus cálami, es decir, errores de pluma, equivocaciones involuntarias producidas mientras se escribe. Existen también los lapsus linguae, los errores que se cometen involuntariamente al hablar.
Los segundos son más fáciles de remediar que los primeros, que quedan sobre el soporte, generalmente negro sobre blanco. A estos, en tipografía y bibliología se les llama generalmente mochuelos, y suelen consistir en textos deshilvanados a causa de que el compositor del texto salta de una línea a otra y omite parte de aquel. A su vez, el corrector de pruebas lo deja tal cual por inadvertencia, y el texto sale impreso de esa manera que en ocasiones, como en los ejemplos que se exponen a continuación, suscita la sonrisa o la carcajada. No siempre, pues, deben achacarse al autor del texto.
Seguidamente se ofrece una lista de lapsus célebres incluidos hace tiempo en una obra llamada Museo de errores y publicada por un literato austríaco llamado Max Sengen.
  • «¡Pobre María! Cada vez que percibe el ruido de un caballo que se acerca, está segura de que soy yo» (El duque de Monbazon, de Chateaubriand).
  • «La tripulación del buque tragado por las olas estaba formada por veinticinco hombres, que dejaron centenares de viudas condenadas a la miseria» (Dramas marítimos, Gaston Leroux).
  • «—¡Vámonos! —dijo Peter buscando su sombrero para enjugarse las lágrimas» (Lourdes, de Zola).
  • «El duque apareció seguido de su séquito, que iba delante» (Cartas de mi molino, de Alphonse Daudet).
  • «Con las manos cruzadas sobre la espalda, paseábase Enrique por el jardín, leyendo la novela de su amigo» (El día fatal, de Rosny).
  • «Con un ojo leía, con el otro escribía» (A orillas del Rin, de Auback).
  • «El cadáver esperaba, silencioso, la autopsia» (El favorito de la suerte, de Octave Feuillet).
  • «Guillermo no pensaba que el corazón pudiera servir para algo más que para la respiración» (La muerte, de Argibachev).
  • «Esta espada de honor es el día más hermoso de mi vida» (El honor, de Octave Feuillet).
  • «—Empiezo a ver mal —dijo la pobre ciega» (Beatriz, de Balzac).
  • «Después de cortarle la cabeza, lo enterraron vivo» (La muerte de Mongomer, de Henri Zvedan).
  • «Tenía la mano fría como la de una serpiente» (Ponson du Terrail).
Finalmente, he aquí algunos de estos mochuelos recopilados por el propio Max Sengen:
  • «El cadáver miraba con reproche a los que lo rodeaban.»
  • «¿Qué puede hacer un hombre muerto por una bala mortífera?»
  • «En las cercanías de la ciudad hubo rebaños enteros de osos que andaban siempre solos.»
  • «Por desgracia, la boda retrasóse quince días, durante los cuales la novia huyó con el capitán y dio a luz ocho hijos.»
  • «Excursiones de tres o cuatro días era para ellos cosa diaria.»



1 comentario:

Sandra dijo...

Yo estoy dudando entre lo sorprendente que es que alguien siga vivo después de cortarle la cabeza (aunque cabe la posibilidad de que sea un vampiro) y los rebaños de osos que van solos (¿¿¿???).